La historia financiera de España en el siglo XVII tuvo muy buenos cultivadores, sumando prestigiosos hispanistas y calificados especialistas españoles. Sin embargo, el estudio de los banqueros considerados individualmente ha sido un campo menos transitado, aunque puede incluir obras tan relevantes e influyentes como la dedicatoria de Henri Lapeyre a Simón Ruiz, el comerciante de Medina del Campo, publicada en 1955.
En este marco se encuadra el libro de Carlos Álvarez Nogal, que trata del banquero genovés Bartolomé Spínola, uno de los epígonos de ese “siglo de los genoveses” que tanto énfasis puso Felipe Ruiz Martín. Sin embargo, hay que decir de entrada que la figura de este notable empresario es evocada frente al escenario de la corte de Felipe IV y que por tanto su actuación permite adentrarnos en el funcionamiento de la Real Hacienda en los años centrales de la 17 siglo.
La obra, apoyada en una ingente documentación de archivo y un exhaustivo conocimiento de la bibliografía (a lo que hay que añadir las virtudes de una prosa científica sobria y clara), se divide en dos partes. El primero nos muestra Bartolomeu Spinola en los años en que se establece como empresario en Madrid, entre 1610 y 1627. Aquí hay que destacar la reconstrucción de la vida media de un banquero de la época, que ya nos proporciona una serie de elementos para evaluar la actividad económica en una ciudad. como capital del reino. Sin embargo, quizás el más indicado sea el proyecto de creación de un impuesto a la riqueza, medida considerada revolucionaria en su momento (y que hoy también enfrenta serias resistencias por parte de ciertas élites políticas y económicas). Su argumento (tomado del memorial custodiado por la Biblioteca Nacional) no puede ser más explícito: «No parece justificado que, siendo el daño común, el remedio se obtenga sólo a costa de unos pocos, y de los que tienen menos posibilidades… No se puede hallar medio más justo y proporcionado que la división reglamentada de los bienes de cada uno, porque los ricos pagan como ricos y los pobres como tales, y nadie puede ofenderse, suponiendo que el daño hecho en el reino ya está allí». .
En 1627 Bartolomé Spínola fue nombrado Factor General de Felipe IV, cargo al que pronto se sumaron los de Ministro de Hacienda y Guerra. Más tarde serían reconocidos sus méritos (Caballero de la Orden de Santiago, Conde de Pezuela de las Torres), pero ahora tuvo que hacer frente a muchos inconvenientes. En primer lugar, se convirtió en funcionario al servicio de la Corona, lo que le proporcionó un salario bastante reducido en relación con las responsabilidades asumidas (3.500 ducados al año), a cambio de dedicación exclusiva y renuncia a los lugares de firma o participación en los acuerdos concertados. unos. por otras empresas.
A partir de ahí, el nuevo factor real comprometió su reputación en sus operaciones a favor de las finanzas reales, en este momento en una situación delicada ya que la deuda pública consumía todos los ingresos ordinarios de la Corona (los más seguros), teniendo que recurrir constantemente a la los más diversos archivos para recaudar fondos con los que satisfacer las necesidades (en gran parte bélicas) de la Corona. Así, hubo que inventar nuevos impuestos, hubo que acuñar sistemáticamente la moneda de vellón, hubo que incrementar la emisión de juros (deuda pública), y después operaciones aún más radicales como la exigencia de donaciones obligatorias, la imposición de nuevas garantías . (papel timbrado, medias annas) o decomisos de jurados y salarios. Y si las monedas de cobre fueron una plaga para la economía castellana, el oscuro panorama se completó con la venta de tierras, fueros, oficios y hasta vasallos. Para terminar, el autor nos recuerda una anécdota muy significativa: la requisición en 1643 de los 12 leus de plata que adornaban el Salón de los Reinos del Palacio del Buen Retiro para acuñar monedas, tal era la falta del mencionado metal.
Bartolomé Spínola fue un hombre de negocios que sirvió a la Corona hasta su muerte en 1644 con todo su talento y recursos.
A todo esto se sumaron otros dos flagelos señalados por el factor real. En primer lugar, la inseguridad jurídica en los contratos motivada por la corrupción generalizada: “Mil faltas calificadas por teólogos y políticos, y todas en la cruz con algún amigo nos asustan y espantan como a las tetas” (¿Te suena?). Y en segundo lugar, la malversación de fondos, que no acabaron en manos del rey, sino que quedaron metidos en los bolsillos de las oligarquías urbanas y sus redes de clientelismo (¿no os suena?).
Bartolomé Spínola fue un hombre de negocios que sirvió a la Corona hasta su muerte en 1644 con todo su talento y todos sus recursos: su conocimiento del mundo del dinero, su propia organización empresarial y su probada reputación de persona de confianza. La compensación real no fue generosa (como lo fue en la mayoría de los casos): la Corona nunca le pagó los 700.000 ducados de plata que el banquero había invertido en el desempeño de la Monarquía. El excelente libro de Álvarez Nogal restituye con precisión y elocuencia su silueta sobre el telón de fondo de una corte sumida en la decadencia.
Autor: Carlos Álvarez Nogal.
Editorial: Turner, 2022.
Formato: rústica (430 páginas. 22,20 €).
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